Reos mexicanos alistan viacrucis de Viernes Santo

Presos del penal de Santa Martha Acatitla ensayan desde hace dos meses la representación religiosa

Afición por el teatro y mucha fe han sido los motores en estos dos últimos meses de una cincuentena de reos mexicanos que el Viernes Santo representarán el viacrucis en un penal capitalino, un ejercicio que les sirve de válvula ante la dureza del encierro y les da fuerzas para soñar su libertad.

Vestido con una túnica blanca y una banda roja, Daniel Vázquez se coloca una peluca negra para emular a Jesucristo, mientras el resto de internos estallan en silbidos y carcajadas.

Son momentos de distensión, alegres, propios del enésimo ensayo general previo a la procesión de Viernes Santo que cada año llevan a cabo en el Centro Varonil de Reinserción Social Santa Martha Acatitla.

El jolgorio dura poco. Enseguida los internos se ponen por iniciativa propia manos a la obra y empiezan a actuar, sin que los vigilantes y voluntarios deban darles grandes indicaciones.

El "casting" fue voluntario, pero el grado de compromiso es evidente en la mayoría de ellos.

De un lado se colocan los soldados romanos y de otro, el consejo, los apóstoles, quienes interpretan a los testigos, el pueblo y el narrador, guión en mano. Todos con un sencillo, pero colorido vestuario aportado por la Arquidiócesis Primada de México.

"Estas actividades son para tener una mejor reinserción social y encontrar un poquito de lo que muchos buscamos aquí, la fe", señala Adrián Hernández, que tras nueve años encerrado afronta su sexta edición en la obra.

Él, junto a una cuarentena de actores y una decena de internos que colaboran en la organización, llevan desde hace dos meses preparando la procesión una media de cinco horas al día. Una tarea entretenida, aunque ardua.

"Es un reto. No es fácil. Te debes preparar espiritualmente y físicamente", explica Vázquez, el protagonista, feliz pero un tanto martirizado.

La cruz de madera que deberá llevar en las últimas estaciones del viacrucis es "muy pesada", revela el joven, que con 23 años y desde los 18 en prisión carga a sus espaldas una condena igual de dura.

Diez años de cárcel por un robo de auto del que fue acusado por sus vecinos, asegura.

Desde que se puso en la cansada piel del protagonista, Vázquez se quitó una ilusión de pequeño, encarnar a Jesucristo en la emblemática Pasión de Iztapalapa, que cada año congrega unos dos millones de personas en el oriente de la capital.

No obstante, no cambiaría esta experiencia por nada: "Te ayuda a salir de todo esto, evitarte problemas y sobresalir entre toda la gente que se está ahogando en la cárcel", asevera sin pestañear.

El penal acoge 1,865 reos de entre 18 y 39 años, y aunque los ensayos muestran la cara más amable del centro, el día a día se revela más complicado.

La obra incluso puede entenderse como una prueba, una forma de redención.

Óscar Sánchez tiene 31 años y lleva siete preso por robo de auto y a clientes bancarios. En estos últimos tiempos tuvo lo que llamó un "carcelazo", y deprimido de la vida en prisión se juntó con malas influencias y terminó seis meses en un módulo con la gente "más cábula", la más conflictiva.

Esta actividad "nos hace olvidar de todo lo que se vive aquí en la cárcel. Está 'padre' porque conocemos a gente de otros dormitorios y a los cábulas les baja mucho su soberbia", afirma.

En la penitenciaría, dice apuntando una marcada cicatriz en su barbilla, existe violencia para quien se la busca. "Al grado de casi perder la vida", rememora.

Como la mayoría, Sánchez compagina esta obra con otras tareas, como el estudio, o trabajos que les son asignados desde el penal o que hacen por voluntad propia, como artesanías que luego venden en los días de visita.

Los encuentros con familiares y amigos son "la motivación para todos", explica Vázquez, y sorprende las historias de amor que han surgido desde la cárcel con chicas a las que solo ven en las llamadas visitas íntimas.

Algunos, como Sánchez, han tenido dos hijos en prisión.

El próximo Viernes Santo estos encuentros tendrán un marco especial, una procesión que han preparado con ilusión y que afrontan con los nervios propios de todo actor.

"No me da vergüenza, pero sí temor al público, pánico", reconoce Óscar Rivas, intérprete de Poncio Pilatos, quien asegura que su madre se puso "bien feliz" al conocer que tenía un papel en la obra.

Sánchez también se sincera: "Me da mucha pena (vergüenza). Es la primera vez que hago esto, pero debo dejarla a un lado porque no tiene nada de malo. Yo creo que más pena es estar robando o juzgando al otro, ¿no?".

Ante este planteamiento, y tras años entre rejas y lejos de los suyos, las analogías entre la vida en prisión y la de Jesucristo les nace a los internos por sí solas.

"Nuestros viacrucis es tratar de encontrar esta fe y no desesperar. Saber que tarde o temprano va a llegar tu día de salida", dice Hernández, el reo que interpretará a Simón de Cirene, quien ayudó a Jesús a llevar la cruz.

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